He tardado más de
cincuenta años en comprender el sentido del sufrimiento. Ahora lo
sé: la única función del sufrimiento (o del dolor), es el
aprendizaje. Por el dolor aprendemos a no acercar un dedo a una
llama. Por el sufrimiento deberíamos aprender a no cometer los
mismos errores una y otra vez, pero parece que no somos tan listos
como para entender ese otro tipo de dolor que procede de hacer algo
incorrecto para el alma. Así estamos condenados a sufrir, una y otra
vez, por algo que ya deberíamos haber aprendido a la primera. Esto
sucede, por ejemplo, en el amor, cuando a lo largo de nuestras vidas
elegimos, por algo que sentimos en nuestro interior, a la misma
persona equivocada. La queremos sin más, como si ese fuera nuestro
destino, como algo inevitable. Y arrastramos ese inmenso dolor toda
la vida.
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